Finalizados los seis años obtuvo plaza en la Santa Cruz de Caravaca,
donde se jubiló. “La escuela rural es gratificante por la cercanía a las
familias, pero profesionalmente me encontraba muy sola”. Añora sus años
en la Santa Cruz, las compañeras, las excursiones con los alumnos pero
“decidí jubilarme por la edad y porque la nueva escuela no la entiendo.
Se ha perdido lo básico, el respeto: si los padres no respetan al
maestro, sus hijos, de verlos y oírlos, tampoco. Es muy difícil trabajar
así: si el niño aprende es que es listo, si no aprende es que el
maestro no hace nada”.
Pero Genoveva Ramos, doña Genoveva, huye de los lamentos. Ha sido muy
feliz en Caravaca y, cuando pasea por el pueblo y se detienen unas y
otros de sus alumnos a saludarla, a contarles cómo les ha tratado la
vida, la añoranza que sienten por auellos años en la escuela con ella,
sabe que tomó la decisión correcta cuando una mañana recibió una carta
en Galicia para que se trasladara a Caravaca.
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